Nació en Dretoit (en 1959), en una familia pobre, explotada y porqué no decirlo, ni era un hijo deseado, ni tenían tiempo para criarlo. Su madre era una empleada de una fabrica de costura, pagaban poco y se trabajaba muchísimas horas. Su padre, había combatido en el Vietnam en las primeras misiones durante 2 años. En Detroit se decaba a vender coches usados. El motivo de la pobreza que había en casa se debía a una estafa al comprar su vivienda, dado que al poco de comprarla, se declaró en ruinas por el arquitecto, otra empresa se dedicó a reformarla (otra empresa corrupta) la cual iba haciendo reformas lentas y costosas, las cuales les permitían malvivir en la vivienda, pero era un pozo sin fondo de dinero constante.
Un detalle importante de esta época, era que cuando Poloncho apenas sabía hablar, su padre le contaba su dramática historia con su amigo “Fiedric” antes de dormir a modo de cuento, una y otra vez. La historia hablaba de que estaban en el Vietnam, de que Fiedric pisó una trampa, y ella le infectó el dedo meñique. Fiedric empezó a tener fiebre, y cuando Roland (el padre de Poloncho) le dijo que tenía mala pinta, Fiedric dijo: Roland, tu y yo somos duros, y a los segundos se murió. Esta historia la cumplimentaba con otras historias traumáticas del Vietnam antes de la muerte de su amigo, pero todas las noches acababa contándole lo de la muerte, como si fuese el Ending de una serie.
En este escenario, Poloncho, viviendo en el problemático barrio que vivía, no tenía ningún interés en ir a clase. Su historial académico se basa en hacer pellas en clase, reuniones con el director por liarla en clase y en pintorrear los libros con tonterías diversas, libros alquilados que luego sus padres debían de pagar las multas por los desperfectos.
Dado que sus padres estaban cansados, anestesiados por sus miserables circunstancias, no mostraban ninguna preocupación por la vida de su hijo, era más bien como tener un gato en casa que sale a la calle cuando quiere, darle de comer y poco más.
Poloncho en estas circunstancias, se tuvo que convertir en un superviviente, y la forma en la que lo hizo fue, acercándose a la calle y lo que le ofrecía. Era un chico simpático, sucio y muy curioso, pero sobre todo, muy agradecido. Desde que apenas tenía 6 años, ya las bandas de su barrio le daban chuches para que vigilara si venía la policía, y el, como no tenía nada que hacer, lo hacia. En las largas esperas, trazaba planes, reflexionaba sobre el bien y el mal, así su cerebro plástico se iba forjando en lo que se convertiría de manera natural.
Pasaron los años y los encargos seguían, a cambio de hamburguesas, zapatillas nuevas, chucherías, todo lo que cualquier niño necesitaba. La policía, al verlo siempre sentado en sitios vigilando, y sabiendo de donde venía y lo que seguramente estaba haciendo, le ofrecieron varios trabajos, como chivar, que tipo de armas tenían, si había algún tipo de atentado, saber como de tensa estaban las relaciones entre las bandas de la zona… Sabían lo valioso de Poloncho, y no quisieron exprimirlo más de la cuenta. Llegados a este punto, tanto las bandas como la policía, le hacían entender a Poloncho lo importante que era, y que debía tener mucho cuidado con lo que decía, porque si hablaba más de la cuenta, muchísima gente moriría. Poloncho, en todas las tardes de vigilancia, reflexionaba sobre esto, era su vida, su trabajo, y lo hacia genial. Sobre los 10 años ya le pagaban con tabaco, algo de dinero que llevaba a casa (el cual no servía para nada porque las reformas seguían..).
A los 18 años, su madre murió de una gripe mal curada, de echo ni pudo tratarla debido al trabajo de esclava que tenía. Su padre, al no poder llevar las facturas adelante, a los pocos días, se suicidó. Poloncho pidió entrar en la policía como detective, pero le dijeron que era una locura y que lo iban a matar por toda la información que tenía, igualmente pidió trabajo en las bandas mejor remunerado, pero no podían aceptarlo con el trato delicado que tenía con la policía, además, ambos bandos le animaban a seguir haciendo lo que hacia, porque si había paz, era en gran parte, gracias a las pequeñas fugas de información que destensaban a ambos bandos. Fue ahí donde un policía le recomendó que abriese su propia agencia de detectives privados.
Poloncho lo hizo, y gracias a aquello, empezó a poner tarifas tanto a polis como a bandas. Lo bueno era de que más gente en la ciudad tenía trapos sucios, y empezaron a llegarles encargos de todo tipo. Su forma tan leal de tratar con el cliente y la buena administración de la información que le daban, le hizo ser reconocido y pronto se convertiría en un buen trabajo, además el estaba feliz porque se le daba bien. Lo único malo del trabajo eran los horarios, los vicios que le proponían, las amistades, todo eso va vaciándote.
Con el paso de los años, Poloncho fue amoldandose a todo esto. Fumaba como un carretero, bebía bastante, y cuando el sobresueldo se lo permitía, iba a las putas a por algo de calor. Esa era su vida, en un bucle de ansiedad, información peligrosa, clientes anónimos, amenazas, etc. Todo esto, repitiéndose en bucle, con muchísimas aventuras y anécdotas a las espaldas.
Pero los tiempos cambian, y la gente empezó a interesarse tanto por las drogas, y empezaron a ir al Gym. Las películas policiacas de detroit, le hicieron tener cada vez más turismo, y esto hizo bajar la necesidad de sacar dinero de forma ilegal. El barrio fue cambiando, y Poloncho fue dejandose de lado como un juguete roto. Llegado a un punto en que simplemente recibía alguna llamada que otra, de algún niño pijo celoso de que quería que siguiese a su novia día y noche para ver que hacia.
Al faltarle la acción, la adrenalina, la gestión de información, al faltarle su salsa preferida, empezó a caer en una depresión, y aunque apenas quedaban unos meses para terminar la deuda de su piso, empezó a destinar el dinero a sus vicios. Pasaba el día bebido, fumando, pero sobre todo bebiendo. También recalcar que Poloncho con la edad, empezó a tener bastantes achaques físicos y psicológicos. Y desde hacia unos años, empezó a mezclar recuerdos. La historia de Fiedric, ahora era suya, e iba contando a la gente una y otra vez, que Fiedric era su amigo y que había muerto en sus brazos en el Vietnam. Nadie se pone a discutirle a un viejo mugroso con una gabardina y un sombrero de otra época sobre qué eso era imposible.
Un buen día, Poloncho recibió una carta, en la carta se le informaba de que su piso, por fin había sido pagado. Al ver esto, sus ojos quedaron en blanco, miró sus manos, su piso, las botellas de vino tiradas, pastillas tiradas por todas partes, bolsas de basura acumuladas, olores ácidos… Poloncho se vio en su propia mierda, se dio cuenta a los 60 años de que su vida, pese a lo triste que pudiese ser, no tenía sentido. El era un gran detective, se consideraba el mejor, y sin pensarlo dos veces, cogió una maleta, echó algo de ropa interior sin lavar, y salió por la puerta con su gabardina y sombrero. ¿A dónde se dirigía? Hacia una ciudad que llevaba viendo en los periódicos que quizás le necesitase, una ciudad donde el crimen estaba en auge, no como el la nueva Detroit.